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Para acabar con el culto de la carroña

Palabras de Sergio Maria Stefani, desde las prisiones italianas

Jueves 31 de mayo de 2012

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Hace cuatro anos murió Mauri, mientras sin vacilación seguía la trayectoria de lucha que eligió. Al relámpago de la explosión, que lamentablemente lo golpeo en vez de a los enemigos a los que les estaba reservado, siguió el estruendo que sacudió el espíritu de todos nosotros, sus hermanos y hermanas esparcidos por el mundo y animados por el mismo deseo de destrucción de lo existente.

La alegría que siempre surge al descubrir un corazón afín fue ahogada por la conciencia de que aquel corazón ya no hubiese bombeado mas sangre y rabia. Mauri no fue el primero en morir por su elección de no separar nunca el pensamiento de la acción, lastima que tampoco será el ultimo, pero no estoy seguro de que las lagrimas sean la mejor manera para recordarlo. En los últimos años Mauri no fue dejado podrirse en una fosa, sino que continuo vivo y luchando en cada ataque que se ha dedicado a el o no. Las llamas se propagan mientras que haya combustible, así su alegría no puede extinguirse hasta que continuamente golpeemos al enemigo y las acciones son el oxigeno que alimenta las llamas, antes que tantas palabras sofoquen, reduzcan la pequeña llamarada extinguiéndola.

No decaemos en el culto a la carroña, no aplastaremos los cuerpos de nuestros hermanos y hermanas bajo metros de tierra y no confundimos las estatuas de mármol con las que unos creen honrarlos sino que, como Ravachol seamos profanadores de tumbas y violemos los sepulcros para retomar en las manos los puñales, los detonadores, las pistolas y la pólvora que todavía pueden golpear al enemigo en vez de que se oxiden y enmohecidos en el recuerdo.

Substituyamos al recuerdo la furia iconoclasta. Dejemos de esperar un futuro que no llegara nunca y de celebrar un pasado que ya comienza a heder como el aire asfixiante de un museo. Hay un presente que hay que incendiar con nuestra pasión. Que el recuerdo de Mauri confié en nuestras manos y que el estruendo sacuda a nuestros enemigos escuchando el eco de su sonrisa.